Este árbol que en un principio hemos visto solo,desnudo,en un paisaje desolado, es ahora lo que véis. Poco a poco, entre todos, lo hemos ido llenando de flores, hojas, frutos, pequeños animales, nubes, polluelos... Y al final, entre todos, hemos conseguido que sea así de hermoso, así de alegre, así de lleno de color.
Miradlo bien, recordad cada instante, todo lo que hemos hecho, paso a paso. Así es también la paz: necesita de la colaboración de todos para que pueda crecer en nosotros y con nosotros. Ella sola no puede, necesita nuestra ayuda. La paz, como todas las cosas hermosas, es frágil. Para que exista, hace falta mucho esfuerzo, pero destruirla... Destruirla es fácil. Demasiado fácil.
Pensad en la importancia de lo invisible,lo que nuestros ojos no ven a simple vista. Mirad al árbol y pensad en sus raíces. Sin ellas el árbol no podría alimentarse, ni agarrarse a la tierra, ni daría esas flores tan hermosas, ni esos frutos tan sabrosos. Para que el milagro suceda hay que regarlo todos los días , cuidarlo. Y esa es nuestra labor, un día, y otro día: todos los días. Ayudando a los demás, compartiendo lo que tenemos y soñando juntos lo que no tenemos, siendo amigos, escuchando, sonriendo, llorando juntos, hablando, intentando solucionar los problemas con las palabras, conociendonos mejor a nosotros mismos para entender mejor a los demás.....
Y para que la paz siga floreciendo, para que no se nos rompa entre los dedos tenemos que aprender a regar nuestro interior, hasta que nuestros frutos sean tan bellos como los del árbol. Ahí es donde reside el triunfo de la paz y el amor.